Thursday, February 01, 2007

Dieguito Velázquez por siempre!

El Niño

A Dieguito siempre me le gustó hacer preguntas. Vivía desmenuzando los planos de un edificio, analizando el diseño de un periódico o abriendo electrodomésticos que habían dejado de funcionar. Por deporte nomás, se sentaba en una plaza cualquiera y miraba a la gente pasar. Trataba de descubrir todos sus secretos y sus miserias con solo mirarlos a los ojos. Solía caminar por su barrio con los ojos semicerrados, dejándose arrastrar por la música de sus calles y por los aromas de los negocios y de las mujeres que caminaban por él. Roía sus libros con devoción hasta los huesos y entraba al cine como quién va a misa. La luz, el agua, el viento y la madera lo maravillaban sin darle tregua.
Una mañana, se levantó (como solía hacer todas las mañanas) y fue al baño; hizo pis, se lavó los dientes, se enjuagó la cara y lo vió. Estaba ahí, como siempre, mirándolo, medio de reojo, con sorna en su rostro. Pestañeó. Se enjuagó la cara otra vez y lo volvió a ver. Recordó que siempre había estado mirándolo en el mismo lugar, de la misma forma. Y entonces, como no podía ser de otra forma, empezó a hacer preguntas: “¿Quién sos?”, y casi instantáneamente él le respondió: “¿Quién sos?”; “¿Dónde estás?”, y sin dudarlo él le dijo “¿Dónde estás?”. Pobre Dieguito, casi se muere del susto. Y más susto le dió cuando escuchó esa misma voz que le hablaba desde el espejo salir de su panza. Nunca antes había oído algo así. ¿O sí?. Empezó a hacer memoria e incontrables recuerdos de situaciones similares acudieron a su mente. Siempre había estado ahí, en él, en el espejo. ¿Quién era?.

Dieguito creció. Ahora le dicen Diego. Ya no hace más preguntas ni se mira al espejo. Se sigue levantando todas las mañanas para ir al baño, hacer pis, lavarse los dientes y enjuagarse la cara.


Esta historia no termina aún.


Esta mañana, Diego se levantó e hizo lo mismo de siempre y recordó que un amigo le había mandado unos cuentos que él mismo había escrito. Y, aunque usted no lo crea, se preguntó: ¿por qué no leí esos cuentos?. Levantó sus ojos y lo vió, como siempre riendo en el espejo. “¿Qué estás esperando?”, le dijo el reflejo, “¿Qué tengo que hacer para que vuelvas?”.

Y entonces, como solía hacer a sus 15 años, Dieguito se sentó y volvió a escribirle a un amigo.

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